Testimonios
Nos perfilamos como uno de los centros más innovadores y modernos de la región. Lea algunos de los testimonios de pacientes que explican cómo superaron su problema de dependencia al alcohol u otras drogas y comportamientos compulsivos gracias a la ayuda brindada por este centro de tratamiento.
Testimonio de Verónica *
Antes de conocer Andenes tuve muchos años de sufrimiento por diversas adicciones. Yo era adicta a varias drogas (principalmente la ketamina), sufría de depresión y había tenido ya varios intentos de suicidio. Durante diez años intenté controlar mis adicciones con psiquiatras y psicólogas, quienes me diagnosticaron borderline y depresiva, y lo único que conseguí fue tener una nueva adicción: pastillas de diversos tipos. También pasé quince meses en una comunidad terapéutica, y varios periodos en hospitales psiquiátricos (todo contra mi voluntad), pero ninguno realmente me ayudó. Me hubiera encantado entrar a Andenes más joven, y ahorrarme tanto sufrimiento. Ahora tengo una buena relación con mi familia, tengo buenos amigos y puedo desenvolverme bien en el trabajo. El tratamiento realmente funciona y el personal es súper buena onda. Lo recomiendo al 100 %.
* La persona que hizo este testimonio prefiere mantener su nombre en reserva.
Testimonio de María Del Carmen *
Me llamo María del Carmen y soy alcohólica, adicta a la cocaína, la marihuana y las emociones. He consumido por cuarenta y cinco años.
Empecé a los dieciséis años, tomando con mis amigas del colegio. Luego probé la marihuana, y después llegó la cocaína, con la que me enganché. El consumo fue progresivo hasta que se convirtió en descontrolado. Me casé con alguien que también consumía, y lo hacíamos juntos, aunque yo en mayores dosis.
Pasé por un tratamiento con un psiquiatra muy renombrado que me recetó pastillas prohibidas en U.S.A. y me causaron una neuritis (inflamación a los nervios periféricos) muy grave. Luego estuve internada en el hospital Víctor Larco Herrera porque seguía consumiendo. También estuve en una comunidad por varios meses donde me volví adicta a las pastillas, e incluso tuve que usar pañal. Mi vida era un desastre, con mis hijas, con mi esposo y con mis nietos.
Finalmente llegué a Andenes y gracias al doctor Felipe Koechlin en tres semanas dejé las pastillas y los pañales. Gracias a la ayuda de Andenes pude rehacer mi vida, y ahora soy una mujer feliz con mis hijas, mis nietos y mi esposo, quien está siguiendo un programa de recuperación.
* La persona que hizo este testimonio prefiere mantener su nombre en reserva.
Testimonio de Néstor *
Llegué a Andenes por sugerencia de un psiquiatra.
Para mí era difícil aceptar que mi hija fuera alcohólica, “no tomaba sino de vez en cuando”, “se porta bien”, y como estas, muchas excusas para no afrontar la realidad. Había empezado a tomar desde los trece años y ya había perdido su carrera de danza, su carrera de diseño y la frustración había cambiado su carácter.
Al principio dudé del programa, había escuchado tanto que una propuesta tan diferente me hacía vacilar. Empezó el programa y, si bien desde el principio me enganché con él, mi hija no, y poco tiempo después lo abandonó, a pesar de que me opuse rotundamente. Ella quería manejar el programa a su antojo y sabíamos que así no iba a caminar. De la familia nadie más quiso participar y en solitario acudí sin falta durante más de año y medio. Conocí familias golpeadas, pero con carácter y muchas ganas de apoyarme, muchas veces flaqueaba, pero dentro de mí algo me decía “tienes que estar listo para cuando tu hija te necesite”. Ella pasó por psicólogos y psiquiatras, a pesar de que ya habían fallado en oportunidades anteriores. Recayó varias veces hasta que al final le dijeron que tenía que internarse en una comunidad terapéutica, eso fue terrible, lo comentó en el grupo y no faltó una mano amiga que me dijo “confía en tu poder superior, estás haciendo las cosas bien y no te va a dejar”. Al día siguiente me enteré de que mi hija se rendía ante su enfermedad y se ponía en manos de su poder superior. Mientras tanto había recaído y estaba perdiendo su carrera de fotografía. Hablé con ella y le puse condiciones, tenía que cumplir humildemente con el programa, obedecería las indicaciones de los profesionales y no se haría otra cosa que lo que le indicaran. Con mucha paciencia la recogía para llevarla a Andenes todas las mañanas y aprovechaba para hablar con ella, pero a su ritmo, nunca forcé conversación o comentario alguno.
Poco a poco se enganchó con el programa de Andenes y las cosas fueron mejorando. De acuerdo con sus tutores fue reincorporándose primero al gimnasio, luego a la escuela de fotografía, su relación conmigo mejoraba notablemente y me pidió mudarse a mi departamento, conversé con Felipe y me dijo que era lo mejor para ella, pues estaría más tranquila con alguien que tenía el programa presente siempre. Al principio dudé, había tenido muchos enfrentamientos con ella, pero el tiempo me llevó a descubrir cuánto había cambiado. Veía una mujer madura en sus afectos, en sus emociones, constante en su gimnasio y en su escuela, comenzaron a llegar sus notas y eso fue la cereza en el helado. Mi hija estaba recuperando su vida. Esa vida que había sido arrancada por el alcohol y que había consumido casi siete años de su vida poniendo en riesgo su salud y su carrera.
Hoy puedo decir orgulloso que mi hija está en camino de recuperación, no tengo más que agradecer a Dios (mi poder superior), al personal de Andenes (maravillosos) y a mis amigos del grupo (que, aunque van rotando, siempre nos mueve el afán de superarnos y sacar adelante a nuestros pacientes).
Otra de las cosas a agradecer es la forma en que yo también he cambiado. Pensé que mi hija era la enferma, pero yo también lo estaba. Era enfermo de emociones con tendencia a la depresión.
Con la terapia recibida me di cuenta y pude dejar los antidepresivos, pude anteponer la reflexión a los pensamientos errados que me llevaban a deprimirme, hoy me siento mejor persona y, si bien me falta mucho, pienso que cada vez es menos, confío en mí y en mis semejantes y a pesar de que llevo casi tres años en Andenes siempre habrá cosas que aprender y experiencias que valorar y compartir.
Gracias Andenes. Gracias Felipe, José, María Luisa, Diana, Jorge, Eliana y a todos los que hicieron posible el recuperar a mi hija.
Que Dios los bendiga.
Néstor.
* La persona que hizo este testimonio prefiere mantener su nombre en reserva.
Testimonio de Gladys *
Hola, soy Gladys, jugadora compulsiva. Yo, hasta los cuarenta y ocho años de edad creía que en mi vida todo iba bien, inclusive iba a los casinos y no jugaba, no fumaba, tomaba poco y era una mujer hogareña y trabajadora. De pronto entré a un casino sola y comencé a jugar. Empecé a jugar para distraerme, para llenar mis días. Iba al casino, aunque ni siquiera me gustaba. Lo más irónico es que al principio era yo la que les prestaba plata a mis amigas, me sentaba y miraba cómo jugaban.
Después empecé a ir sola, el tiempo se me pasaba volando. Me desconectaba de todo y sentía que me estaba regalando una distracción que me merecía. El ludópata no va al casino a ganar, cuando gana sigue jugando hasta perder y cuando pierde sigue jugando para recuperar.
Entrar al casino era como llegar a la meta. Decía que estaba en misa, que me iba a rezar el rosario, que estaba con alguna amiga. Descuidé a mi esposo, a mis hijos y a lo más preciado que me había regalado la vida: mi nieto. Salía del casino con el alma en el suelo y los bolsillos vacíos. Llegaba a mi casa avergonzada y me tomaba hasta veinte pastillas de clonazepam.
Me olvidaba de recoger a mi nieto en el colegio, se quedaba llorando esperándome. Inventaba que me habían asaltado con pistola. Decía que necesitaba comprar medicamentos para mi madre enferma. Vendí mi carro. Pedía plata prestada. Me endeudaba con tiendas comerciales.
Cuando sentí que había tocado fondo porque no tenía ni un centavo, le confesé a mi esposo que era jugadora. En cuatro años había dilapidado los ahorros de treinta y cinco años de nuestra vida. Yo era la que manejaba la economía del hogar, así que él no podía sospechar que, en esos años de inconsciencia, había conseguido dejar a mi familia en la total bancarrota. Me jugué todo nuestro dinero. Mi hija tuvo que empezar a pagar nuestras deudas y a mantenernos. Perdí la confianza y el respeto de todos mis seres queridos.
Después de haber pasado por muchos tratamientos psiquiátricos, psicológicos y comunidades, gracias a Dios pude llegar a Andenes, donde pude recién entender qué es lo que me estaba pasando. Aquí cambió mi vida y ahora estoy aprendiendo a vivir diferente, a ver la vida de otra manera, y a vivir sin apegos.
* La persona que hizo este testimonio prefiere mantener su nombre en reserva.
Testimonio de Eduardo *
Soy el ejemplo perfecto para aseverar que el alcoholismo es una enfermedad progresiva. Mi carrera alcohólica empezó a los dieciséis años. Aparte de sentir placer al tomarme unos tragos me di cuenta de que el efecto que me producía el alcohol era muy grato al sentirme menos tímido y con más valor para todo.
Fui un buen estudiante tanto en el colegio como en la universidad, terminando mi carrera de Ingeniería a los veintiún años, me casé y tuve tres hijos. Trabajé en una compañía en la que llegué tener a mi cargo alrededor de seiscientas personas, siendo una persona de éxito profesional y de buena situación económica.
Sin embargo, a partir de los treinta y cinco años dejé de ser un bebedor social para convertirme, sin darme cuenta, en una persona que todo lo hacía pensando en función del alcohol, llegando a consumirlo prácticamente todos los días al llegar a la casa después del trabajo.
Posteriormente, cuando estuve trabajando en un negocio familiar y después en uno propio, ya mi consumo empezaba con el jugo de la mañana y terminaba con el traguito de las buenas noches, habiendo consumido durante la jornada entre una y dos botellas de pisco, ron o whisky. Al llegar a ese extremo se convirtió mi vida en un sufrimiento, ya que no podía dejar de consumir, así lo quisiera, viéndome atrapado en las garras del alcohol.
Mi esposa, a la que había vuelto codependiente, al ser el alcoholismo como un huracán que arrasa a todos los que viven junto al alcohólico, venía asistiendo a su grupo de Al-Anon (grupo de codependientes), y me insistía que fuera a una reunión de alcohólicos anónimos.
Asistí y me gustó. Fui unas cuantas veces, pero después mi padre enfermó y dejé de ir; no había tocado fondo. Al poco tiempo él falleció y comencé a beber. Fueron cuarenta y cinco días de espanto, parecía que me quería autodestruir hasta que un día estando con mi hermano le dije: “Estoy harto de esto, quiero cambiar”. Hicimos las coordinaciones con el director médico del centro de tratamiento Andenes y esa misma noche inicié mi programa de recuperación.
Para mí, esos veintiocho días fueron como un curso intensivo de especialización para LA VIDA. Hoy tengo paz y serenidad. He recuperado el cariño de mis seres queridos. Me he incorporado nuevamente a la especie humana. Creo que soy una mejor persona practicando los principios que me enseñaron en Andenes y no dejo de asistir a mis reuniones de consejería grupal y a los grupos de apoyo.
* La persona que hizo este testimonio prefiere mantener su nombre completo en reserva.
Testimonio de Anita *
Tengo cincuenta y siete años y esta semana cumplo un año de sobriedad (febrero de 2006). Empecé a tomar alcohol a los quince, en mi familia todos toman alcohol y algunos son bebedores fuertes, pero ninguno tanto como yo.
Hace diez años la situación era ya bastante mala, me puse totalmente intolerable y me internaron en una clínica para mi desintoxicación. Pasé cuarenta y cinco días internada, me trataba con un psiquiatra experto en alcoholismo. No funcionó. Fue en ese momento en el que me di cuenta de que mis hijos estaban sufriendo, por lo que decidimos hacer terapia de grupo. Creo que en algo les sirvió, los vi desahogarse. En realidad, a mí no me llegaba su dolor, ahora me doy cuenta de que nada me importaba, solo quería seguir tomando. Era extraño, porque me daba cuenta del daño que hacía a mi alrededor, pero al mismo tiempo no tomaba la resolución de parar, quería, pero no podía.
Iba a reuniones de Alcohólicos Anónimos, y leía la literatura, pero no entendía nada, así que yo seguía con mi vida. Me vio uno de los mejores psiquiatras al que tengo mucho que agradecerle. Él tenía mucha paciencia conmigo y me entendía mejor que los otros. Me detectó depresión y me alivió de esta. Luego tuve una recaída bien mala con el alcohol y terminé interna en otra clínica. Había esquizofrénicos que gritaban a cualquier hora, pero he de reconocer que con enfermeras con mucha calidad humana. Mi doctor me dijo que solamente saldría de ahí si me iba a Andenes, que él pensaba que ese era el tratamiento que me haría bien.
Vino el director médico a verme nuevamente, y yo aceptaba cualquier cosa con tal de salir de la clínica. En realidad, yo ya no creía mucho en ninguna solución a mi problema. Ni siquiera mi marido creía en mi recuperación, y esta vez ya estaba harto de cargar con el lastre que era yo en ese momento.
Ingresé en febrero de 2005, justo hace un año. Empecé con los cursos, los pasos y las reuniones con el dr. Felipe Koechlin, nos explicaban cómo era esta enfermedad. Enfermedad, nunca, ninguno en mi familia vio mi alcoholismo como tal, lo veíamos solo como un vicio vergonzoso. Estuve dos meses, menos tiempo en mi caso hubiera sido imposible.
Y hasta ahora no puedo creer cómo esos meses cambiaron mi vida por completo. Cuando acabaron los dos meses había por supuesto una total desconfianza de cómo seguiría después. Seguí muy bien, fuerte, recuperando la persona que era antes. Mis hermanos y cuñados me “redescubrieron”, según ellos, pero ellos todavía están un poco al susto si estoy triste o demasiado alegre. Pero, lo más importante para mí, mi marido e hijos, que finalmente son los que más sufrieron, sí se dan cuenta de mi cambio y están contentos y confiados en esta nueva persona que soy yo.
En Andenes me enseñaron, además de un programa de vida, que tenía amigos a quien acudir, herramientas, y que debía de recurrir a ellos cuando estuviese en problemas. Eso me dio y me da mucha seguridad. Voy a mi grupo periódicamente, he estado fallando últimamente, por trabajo, pero no dejo de leer y sobre todo hacer mis reflexiones diarias, rezando y agradeciendo varias veces al día por todo lo que en este último año Dios me ha dado. Estaré eternamente agradecida con todos los que me ayudaron en este proceso, solo un alcohólico sabe cómo se sufre estando en ese estado y/o recayendo. Sé que solo por estas veinticuatro horas, pero veo el futuro con confianza. La he pasado tan mal que tendría que ser demasiado bruta para perder todo lo logrado, además de que la felicidad interior que llevo conmigo no la cambio por nada.
* La persona que hizo este testimonio prefiere mantener su nombre en reserva.
Testimonio de Edwin *
Tengo cuarenta y un años y esta semana cumplo un año de sobriedad (febrero de 2006). Empecé a tomar alcohol a los quince, en mi familia todos toman alcohol y algunos son bebedores fuertes, pero ninguno tanto como yo. Después de terminar mis estudios e ingresar a trabajar en una empresa de la familia ya había aprendido a nadar en alcohol.
Fue cuando me casé y luego de tener mi primera hija, comencé a tomar licor en cantidades industriales. El desayuno tenía que ir con alcohol; el almuerzo, también; el lonche, igual; la cena, de la misma manera. Hasta llegaba a mi casa en la noche y me tomaba un whisky solo. Mi situación se hizo más oscura cuando combinaba el licor con el blanco polvo de la cocaína.
El 23 de septiembre, se inició una nueva primavera en mi vida. Ese día empezó mi tratamiento con un método que el doctor Felipe Koechlin por primera vez estaba aplicando en el Perú mediante su centro Andenes: el modelo Minnesota que solo dura veintiocho días seguidos de terapia.
Allí tomé la decisión de iniciar el tratamiento. Los primeros cinco días me internaron en una clínica solo para desintoxicarme. Luego, mediante una serie de sesiones con un grupo de terapeutas, logré aceptar que tenía una enfermedad: el alcoholismo. Pero otro punto importante es que conocí que sufría de esa enfermedad para no volver a caer en la adicción, además que mi esposa y mis hijos participaron activamente en mi recuperación.
Ahora sé que volver a besar un vaso con licor me podría causar una recaída. Confieso que los amigos con los que antes tomaba ya no me buscan, quizá porque ya no les pongo el trago. Pero ahora me doy cuenta de que tengo una mejor vida y más cariño de mi esposa e hijos.
* La persona que hizo este testimonio prefiere mantener su nombre completo en reserva.
El centro de tratamiento Andenes es el más eficaz y confiable hoy en el Perú; así lo confirman las estadísticas y testimonios que nos resguardan. Pero si aún tiene inquietudes o preguntas, no dude en comunicarse son nosotros.